Raúl Barboza, uno de los máximos referentes del chamamé murió a los 87 años

El acordeonista, autor y compositor Raúl Barboza, embajador mundial del chamamé, murió este miércoles a los 87 años en París, donde residía hace más de tres décadas. El deceso fue confirmado por su productor artístico en la Argentina, Alberto Felici, a través de un comunicado.

“¡Hasta siempre, Raúl! Haciéndome eco de una comunicación telefónica desde París (Francia) por parte de su esposa Olga Bustamante, tengo la triste noticia de comunicarles el fallecimiento del Maestro, sucedida en la tarde de hoy, 27 de agosto de 2025. Agradeciendo a cada uno de ustedes el acompañamiento que le han brindado durante toda su actividad profesional, les dejamos un abrazo y seguiremos informando de cualquier novedad, por este medio”, escribió Felici.

De sangre guaraní, Barboza partió 38 años atrás rumbo a Francia con la firme intención de que conocieran la música de la Mesopotamia argentina. Profeta en tierra ajena, este heredero de Ernesto Montiel y Damasio Esquivel le imprimió al chamamé su estilo personalísimo, del que se destacó su ánimo improvisador. Fue reconocido como Doctor Honoris Causa por la Universidad Nacional del Nordeste en 2024 y recibió el Grand Prix du Disque, el principal premio francés para las grabaciones musicales.

El hijo de Pilar y Adolfo

“Nací en 1938, en Buenos Aires, y a los 7 años mi papá me compró un acordeón diatónico, comúnmente conocido como verdulera», contó Barboza en una entrevista con LA NACION. “Mi papá, Adolfo. Mi mamá, Pilar. Adolfo era el que tenía los sueños y Pilar la que le ponía los pies en la tierra, la que controlaba la economía justa que había en la casa. Mi padre era guitarrista y pienso que quiso tener un compañero acordeonista. A los 9 años empecé a tocar en la radio, acompañando a cantores de la época, como al paraguayo Samuel Aguayo y a otros músicos guaraníes. Yo era Raulito, el hijo de Adolfo, que iba y tocaba con los grandes.”

Con solo 12 años se animó a grabar un tema de su padre, “La torcaza”, junto al grupo Irupé, aun sin saber que el acordeón iba a acompañarlo de por vida. “Eso estaba muy mezclado con la escuela. Después vino la secundaria, el servicio militar y hasta los 18 años todo era ir a tocar a los bailes, los únicos lugares donde uno podía expresarse con la música guaraní. Pero esto se mezclaba con el deseo de ayudar a mi familia, porque mi padre era un obrero y mi madre hacía equilibrios fantásticos para que pudiéramos estudiar mi hermano y yo.”

“Siempre pensé que la música era cosa seria”

“A partir de los 21 años creo que me di cuenta de que el acordeón era algo que me gustaba mucho, pero también comprendí que no quería hacer cualquier cosa con la música con tal de ganar un dinero. Y así fue que trabajé como taxista; y en Retiro como empleado en una oficina chiquitita; pero nunca hice una música de la que pueda arrepentirme. Siempre pensé que la música era una cosa seria y con los años se convirtió en un acto sagrado. Es muy importante no faltarle el respeto porque la música que toco refleja la cultura de una raza, aunque hay gente a la que no le gusta el término, de un tipo de hombre morfológicamente diferente del blanco.”

Con los años, Barboza tejió una alianza con el acordeón más intensa que la del aprendizaje rígido y tradicional de otros. “Mucho más allá de sentarse cinco horas y practicar una escala para no errarle a una nota, yo me preocupo más por la expresión; que con una sola nota pueda decir muchas cosas. Aprendí de Carlitos García, que me dijo una vez: ´Una sola nota, pero bien vestida´; y me sirvió, de la misma manera que Esquivel me repetía que había que caminar el teclado sin que jamás un dedo deba saltar sobre el otro para tocar la nota. Mi padre también me aconsejaba. ´Matizá, no corras, sé pudoroso en los arranques´, decía. Con los años agregué mis pensamientos cuando escuché a gente como Piazzolla, Oscar Peterson, Gardel, el fraseo de Goyeneche, las notas tendidas de Troilo y el blues», le comentaba a LA NACION.

Al emigrar a Francia optó por empezar de nuevo. La decisión la tomó a los 50 años, para muchos una edad en la cual ya no hay manera de recomenzar. “Astor Piazzolla fue un ángel guardián para mí y le estoy muy reconocido. Fue muy gentil, él abrió la puerta más pesada y recién ahora me doy cuenta de algo. Hace muchos años le decía a mi madre: ´Mirá, yo quiero que algún día el chamamé no solo se baile, sino que también se escuche. Creo que va a pasar después de que cumpla los 45. A mí me va a suceder lo mismo que a Piazzolla´. Curiosamente, con los años se dio lo que el músico le había adelantado a su madre.

A lo largo de su carrera, Barboza grabó 39 álbumes en la Argentina y 24 en Francia, participó en nueve películas y tocó junto a grandes referentes de la música como Mercedes SosaJairoEduardo Falú, Jaime Torres y Los Chalchaleros.

En 2023 presentó junto a Daniel Díaz Souvenirs Panamericanos, un álbum que fusiona distintos géneros musicales desde la milonga, el vals y el tango a la vidala, el jazz y el chamamé.

 

Fuente: LA NACION

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